martes, agosto 02, 2005

Mi camisa morada tornasol


(Variaciones etílicas sobre un suceso vacacional en alguna playa mexicana)

No sé por qué me quitaste la camisa esa noche. A lo mejor si tuviera un abdomen que resaltara los cuadros musculares del famoso dibujo antropomórfico de DaVinci podría entenderlo, pero no, estoy un poco (sólo un poco) panzón, tengo un color de piel parecido al papel bond y no tengo ningún detalle físico que tus revistas frívolas califiquen como atractivo.

Cualquiera pensaría que querías cierta dosis de cariños. Sin embargo, están equivocados, porque el hecho de descamisarme te causó muy poco rubor. También he descartado la teoría que sostiene que lo hiciste por jugar, ya que no te burlaste de mi barriga, y sólo sonreíste un poquito, como no queriendo. Después me tomaste una foto (muy mala, por cierto), tiraste la camisa y te fuiste.

Seguramente caerás en la tentación de argumentar que estabas borracha, pero no, no me convencerás con esa gastada excusa. El alcohol provoca que la gente se vuelva, digamos, laxa, pero no provoca que tengamos deseos que antes de la borrachera no teníamos. Todavía espero tu respuesta, porque aparte de que me sorprendiste absolutamente, cuando jalaste la camisa me rasgaste ligeramente mis intimidades (insértese aquí mi cara medio apenada), y créeme que eso bien vale un capítulo adicional en esta historia.

Además de este cuento sobre una camisa sin torso, dijiste que cuando llegáramos a esta cuidad íbamos a vernos. A la fecha, no te he visto ni una sola vez, todavía tengo mi camisa… ¡y tú me debes una explicación!