martes, junio 28, 2005

Lluvia

Recuerdo con placer aquellos fuertes aguaceros que acompañaban mi cascarita futbolera. A la (no tan) tierna edad de 9 años, no había algo mejor que un gol gana, con marcador 12 – 11 favorable a mi equipo, y el cielo cayéndose a cántaros. La lluvia me hacía sentir que había ganado el Mundial de fútbol, en el emblemático Wembley, y poco importaba que el equipo contrario fueran mis vecinos que me caen gordos.

Otra clase de lluvia, aquélla ligera y constante que cuando te das cuenta te ha empapado por completo, me hacía divagar con mis novias imaginarias en aquél salón 26 de la secundaria. La aburrida clase de matemáticas era sustituida por mis sueños proto eróticos con alguna de las veintitantas niñas que debutaban en un colegio que tradicionalmente había sido de varones.

Hoy, las gotas de agua que caen como racha esporádica que va y viene, me hacen sentir un poco viejo. No porque me enoje por el tráfico caótico que causan en la ciudad, sino porque ahora me empiezo a acordar de aquellos goles de coladerita que anotaba, y sobre todo, de aquella niña a la que nunca me atreví a hablarle.