Estampas Burocráticas II
En toda oficina pública, de cualquier nivel, siempre hay una secretaria / asistente / archivista, de nombre Lupita / Rosita / Martita.
Por supuesto, tales servidoras públicas entran en mi personalísima categoría de gusto culpable. Carezco de sólidos conocimientos sobre ellas, pero eso sí, mantengo una permanente inquisición sobre su indefinición: más o menos atractiva; más o menos de 30 años; más o menos insinuante; más o menos casada; más o menos bulliciosa; más o menos guadalupana; más o menos lumpen; más o menos chichona; más o menos nalgona (pocas veces ambas a la vez); más o menos “castaña clara”; más o menos sujeto de esta mirada lujuriosa…
En fin, sirvan estas líneas como homenaje a la coquetería persistente de su ambigüedad.
(Este post fue escrito mientras algún burócrata, en alguna dependencia gubernamental, consumía una torta de milanesa, con harto aguacate, una agua de jamaica clight, y para rematar, una jericaya de 4 pesos)