Cuarto 916
Ahí estoy, inmóvil, entre despierto y no. El reloj marca las 3 de la mañana, y sólo de esa manera tomo conciencia que ha oscurecido en el cuarto 916. Definitivamente no me ha importado que estoy recostado con la misma ropa de hace días. Hace bastante calor.
Estoy solo; los parientes, amigos y demás conexos se han ido desde hace varias horas. Probablemente hicieron bien en haberse marchado, claro, de haber sabido lo que sucedió después. Ahora que lo pienso, no me pude despedir de mi mamá. En verdad, yo estaba seguro de que no era necesario.
De repente, una enfermera me avisa, con ese tono de voz que indica las malas noticias, que requieren mi presencia en terapia intensiva. ¡Blam¡ Desde ese momento supe que algo se había roto, que algo estaba a punto de ser nunca jamás. Cinco pisos abajo, con un olor a limpieza rancia, la veo. Ahora todo tiene rostro de irreparable. No puedo olvidar su cara hinchada por el oxígeno que le inyectaban, tampoco puedo olvidar sus ojos casi inertes, oprimidos entre sus párpados, con trazas de cinta adhesiva para evitar que se salieran de órbita.
Esa cara bonita pero maltrecha, ese cuerpo algún día fuerte, y hoy conectado a tubos de varios colores y tamaños, esa doctora de guardia, esa sábana de hospital que alguna vez fue blanca, esas lágrimas secas, todo eso fue nuestra despedida. Siento que debimos decir adiós de mejor forma; se fué con un modo grosero, sin decir nada, sin estar siquiera consciente.
Los doctores dijeron que no sufrió; no les creo. Recuerdo que le dije, sollozando, que tenía que ver a los hijos de su hijo, que todas las personas merecemos 2, 3, 4... 20 oportunidades, inclusive personas con su enfermedad, pero no contestó nada, sólo le salió sangre violeta por la nariz. Pensé que me había escuchado, que su sangre era señal de que mis palabras le estaban ayudando, pero los doctores dijeron que no, que había estado haciendo eso durante las últimas 10 horas. Más tarde, finalmente falleció, justo después del mediodía.
Todavía no sé qué fue lo que sucedió ese 28 de abril. Solamente recuerdo mi boca seca, un sol espeso y polvoso que me deslumbraba y una maleta con la ropa que se llevó al hospital, intacta. ¿Qué habrá sido de esa ropa? ¿Qué va a pasar conmigo?
Estoy solo; los parientes, amigos y demás conexos se han ido desde hace varias horas. Probablemente hicieron bien en haberse marchado, claro, de haber sabido lo que sucedió después. Ahora que lo pienso, no me pude despedir de mi mamá. En verdad, yo estaba seguro de que no era necesario.
De repente, una enfermera me avisa, con ese tono de voz que indica las malas noticias, que requieren mi presencia en terapia intensiva. ¡Blam¡ Desde ese momento supe que algo se había roto, que algo estaba a punto de ser nunca jamás. Cinco pisos abajo, con un olor a limpieza rancia, la veo. Ahora todo tiene rostro de irreparable. No puedo olvidar su cara hinchada por el oxígeno que le inyectaban, tampoco puedo olvidar sus ojos casi inertes, oprimidos entre sus párpados, con trazas de cinta adhesiva para evitar que se salieran de órbita.
Esa cara bonita pero maltrecha, ese cuerpo algún día fuerte, y hoy conectado a tubos de varios colores y tamaños, esa doctora de guardia, esa sábana de hospital que alguna vez fue blanca, esas lágrimas secas, todo eso fue nuestra despedida. Siento que debimos decir adiós de mejor forma; se fué con un modo grosero, sin decir nada, sin estar siquiera consciente.
Los doctores dijeron que no sufrió; no les creo. Recuerdo que le dije, sollozando, que tenía que ver a los hijos de su hijo, que todas las personas merecemos 2, 3, 4... 20 oportunidades, inclusive personas con su enfermedad, pero no contestó nada, sólo le salió sangre violeta por la nariz. Pensé que me había escuchado, que su sangre era señal de que mis palabras le estaban ayudando, pero los doctores dijeron que no, que había estado haciendo eso durante las últimas 10 horas. Más tarde, finalmente falleció, justo después del mediodía.
Todavía no sé qué fue lo que sucedió ese 28 de abril. Solamente recuerdo mi boca seca, un sol espeso y polvoso que me deslumbraba y una maleta con la ropa que se llevó al hospital, intacta. ¿Qué habrá sido de esa ropa? ¿Qué va a pasar conmigo?
6 Comments:
Recuerdo que yo estaba contigo el día que descubriste la enfermedad terminal de tu mamá, algo así como 9 años antes de que finalmente sucediera. Era día de entrega de calificaciones y, casualmente, tú sacaste 1er o 2do lugar del salón. Creo que te las has arreglado para mantenerte cuerdo y no tan infeliz. Y es que teniendo un hijo propio, las cosas son un poco menos negras. ¿O cómo ves?
Claro que son mucho menos negras, cuando Luis Leonardo se ríe, todo lo cura.
Luis Fer:
Pocas veces hemos platicado de tu ma, esto que escribes de verdad me llego. Solo puedo decirte que tu mamá hizo una gran labor en ti y que estoy seguro que ella sabia que dejaba listo al gran hombre que eres, lo cual te permitirá triunfar en la vida, porque te conozco y se que vas a llegar muy lejos, por ti primeramente por Leonardo y por tu familia venidera.
De verdad te felicito por ser tan fuerte y te agradezco por ser mi amigo.
PORTILLO
Mai, aunque suene paradójico, me da gusto que compartas con nosotros esos últimos momentos tan lamentables.
Pues sí, la vida nos quita, nos provoca duelos, pero también nos regala vida. Estoy seguro que ahora, cuando Leonardo rie y crece las amarguras de antaño se aminoran. Nueva vida al fin, que reconforta nuestras tristezas y renueva el corazón roto.
Un abrazo.
Mikel.
Wow!! Leer esto me removió todo, todo lo que he tratado de hacer a un lado para que duela un poco menos, para que los remordimientos por no haber estado ahí dejen en paz mi consciencia... Juro que pensé que todo iba a estar bien... hablé con ella 2 días antes y quedamos en vernos el 10 de mayo y te juro que lo creí... EN QUÉ ESTABA PENSANDO?
Empecé a entender todo cuando al llegar a mi oficina y encontré en mi grabadora un mensaje diciéndo que ya era tarde, que no era necesario que fuera a México, que era cuestión de tiempo... dejé la oficina lo más rápido que pude, tomé el primer vuelo que encontré y cuando te ví entendí todo, te dí un abrazo y me preguntaste "En dónde estabas?" ... ahí me dí cuenta que había dejado sólo a mi hermano, a la persona con la crecí, con la que compartí tantas cosas y que he querido con toda mi alma.... NO ESTUVE... y nada lo puede cambiar... TE QUIERO LUIS FERNANDO y no sabes cuanto lo siento...
Gracias por compartir esto.
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